martes, 7 de septiembre de 2010

Oculto #2



Encontré una pequeña tiendecita en las afueras de la ciudad, junto al río. El techo se había desplomado y habían muerto los dos ancianos que regentaban el establecimiento. Después de echar un vistazo en el pequeño establecimiento, sin encontrar rastro alguno de vida, miré con pena los cuerpos, que seguían juntos, abrazados, y me conmovió el imaginar la maravillosa vida de aquellos pobres ancianos. En aquella situación, cualquier historia de amor tenía más fuerza que todo el miedo que yo pudiese tener, cualquier historia de amor, incluso las que acaban así de trágicamente, habría sido mejor que vivir este día, y aguantar para contarlo.
Estaba triste, todavía aturdida, sin llegar a creer la mayoría de cosas que mis ojos habían presenciado esa fatídica mañana.
Tenía tiempo, todo el del mundo; saqué los cuerpos de entre los escombros y las latas de conserva, coloqué a los ancianos sobre las viejas puertas de madera de su local y los empujé al río. Me quedé observándolos, marchándose corriente abajo, hasta que los perdí y volví para buscar la que sería mi cena.
Tuve que detenerme a escuchar el murmullo del viento. Tenía el pelo rebozado en tierra, las botas desatadas, me sentía más flaca que nunca. Me dí asco, en ese momento mi aspecto hacía honor a mi interior, deformado y podrido. Suspiré con fuerza, como si suspirando fuese a borrarse todo mi pasado y me convirtiese en una persona nueva.
Después de mi momento filosófico rebusqué en la tienda y encontré
gran variedad de comida enlatada, incluso un par de cartones de tabaco, igual algunos pitillos quedarían vivos. Allí ya no había nada más que ver, aún no se había hecho de noche, así que tenía tiempo de encontrar algo que ponerme. Metí lo que pude en mi mochila, que estaba casi tan destrozada como yo, me la cargué al hombro y seguí mi camino.


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